quinta-feira, agosto 28, 2008

Apocalipsis para disidentes y resistentes

El texto original, subtitulado “comentario a un pasaje del Apocalipsis 3, 15-19”, se puede encontrar aquí.

“El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”

«Al principio del Apocalipsis, en las Epístolas a las Siete Iglesias de Asia, se despliega un grandioso lienzo eclesiológico ante nuestros ojos. Si se prefiere: una sinfonía a nuestros oídos si estos están en disposición de escuchar y, con todo nuestro ser, nosotros en la de entender con ayuda de la fe. Son siete los ángeles de las siete iglesias. Sabemos que sólo hay Una, Santa y Católica, pero algún contemporáneo podría decir que en la misma Iglesia Una, Santa y Católica pudiera haber, sin necesidad de escisiones, algo así como siete “sensibilidades”. (Empleo esta palabra, aunque le tengo horror, pero puede que así se me entienda mejor.)
Las iglesias son: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Haciendo mi diaria lectura del Nuevo Testamento, me asaltó hoy con una fuerza inusitada y a la vez avasalladora, la actualidad de unos pasajes.
Los traigo aquí con el propósito de mostrar que, esas palabras, después de dos milenios siguen estando vigentes, frescas como una rosa inmarchitable por ser Palabra de Dios.
A la última de las iglesias, la de Laodicea, manda escribirle a su ángel:

“Conozco tus palabras y que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca. Porque dices: Yo soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres un desdichado, un miserable, un indigente, un ciego y un desnudo; te aconsejo que compres de mí oro acrisolado por el fuego, para que te enriquezcas, y vestiduras blancas, para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos, a fin de que veas”.

¡Qué multitud de rasgos, en esta descripción, pueden ser reconocidos como propios de las condiciones en que nuestra cristiandad se encuentra hoy en día! Instalada en una sociedad capitalista, llamada “sociedad del bienestar”, es fácil que la humanidad se envanezca de las riquezas materiales, y alardeando de tener cubiertas las necesidades materiales, quedar cegada para reconocerse indigente, necesitada... ¿De qué, de quién? Menesterosos del Único que puede hacernos verdaderamente ricos: Dios. “Yo soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo necesidad…” –así “razonan” (lo cual es un decir, pues no es un eficaz empleo de la razón) muchos cristianos ni fríos ni calientes, tibios, de esos que se califican a sí mismos como “cristiano no practicante”. Uno lo ve a su alrededor, a veces también ha sucumbido a la tentación: la de “Acordarnos de Santa Bárbara cuando truena”: echar mano de Dios, cuando estamos con el agua al cuello; olvidarnos de él, cuando todo parece que va "viento en popa". Sería algo así como creer que, cuando hay pobreza y carestía, hay que creer; cuando tenemos bienes materiales e incluso lujo, la fe parece algo impropio de hombres y mujeres autosuficientes.
Esa abundancia de bienes materiales nos obnubila, y nos entibia a los cristianos. Los aburguesa y conforma al mundo, neutralizándolos en sus obras. Pero Dios, Divina Sabiduría, sabe que esas riquezas que roe la polilla son efímeras pompas de Satanás, cual esas otras pompas, las de jabón: trasparentes burbujas que a un leve toque de un alfiler se deshacen en el aire. Así es la “seguridad”, el “bienestar”, la “felicidad” de la que se jactan los hombres y mujeres de la sociedad contemporánea. Una felicidad deletérea, un bienestar frágil, una seguridad ficticia.
No hay Estado que pueda impedir un atentado terrorista: ahí están el 11-S de las Torres Gemelas, ahí el 11-M. Tampoco hay Estado del Bienestar que pueda garantizar las pensiones, o la seguridad ciudadana, o la sanidad pública. No puede haber felicidad tampoco en el reconocimiento retórico de un supuesto y demagógico "derecho a la felicidad", mientras se vive como un cerdo cebado y, más que satisfecho, se está ahíto de revolcarse en el fango de su zahúrda, mientras tanto amor falta y se asesinan fetos humanos en siniestros mataderos.
Pese a las halagüeñas pretensiones del cristiano que "habita" en la Iglesia de Laodicea, Dios que sabe más revela lo infundado de sus presunciones. “Enriquecido” –como el de aquella parábola que se decía “feliz” y murió esa misma noche, con todos sus trojes llenos- se llama ese cristiano. En cambio, Dios que lo sabe todo y penetra en las entrañas de ese “laodicense”, le llama: miserable, indigente, ciego y desnudo.
Pero Dios no se limita a frustrarle el talante presumido y ufano, bajándole los humos. Más abajo dice Dios: "Yo reprendo y corrijo a cuantos amo; ten, pues, celo y arrepiéntete". Y es así como Dios pasa a recomendarnos lo que ha de hacerse para remediar la intrínseca situación, esa que Dios declara, por mucho que el "laodicense", enceguecido, no pueda reconocer.
El remedio es uno solo: volverse a Dios, abandonar esa nauseabunda tibieza inducida por el destello obnubilante de lo crematístico, de la acumulación de bienes que actúa como un opiáceo soporífero. Y por eso le manda: “comprar de mí oro acrisolado por el fuego”, pues los bienes espirituales son los que auténticamente nos hacen ricos. Y le aconseja comprar también “vestiduras blancas”, para vestirse y tapar sus vergüenzas: abandonar la vida impura que lleva, para vestirse de pureza. Y no sólo eso, Dios le recomienda que compre también “colirio” para que sus ojos, ciegos a los bienes espirituales, recuperen otra vez la videncia para lo más valioso y eterno, perdida en pos de lo caduco.
Sin entrar en honduras, aparece en este pasaje con toda su fuerza una situación actual; lo que no quiere decir que disolvamos el mensaje apocalíptico exclusivamente en la actualidad, pues sabemos que el Apocalipsis es profecía y todo habrá de cumplirse en el futuro. No obstante, lo que aquí se nos muestra es la situación en que se hallan instalados muchos cristianos de esos que se declaran “no practicantes”. No rechazan a Dios como el ateo (frío o ardoroso). Pero esos “cristianos no practicantes” tampoco hacen nada por convertirse a Dios, para dar rumbo nuevo a sus vidas que van a la deriva. Ellos no creen necesitar de Dios ni a Dios sino cuando la cosa se pone fea.
La sociedad del bienestar ha adocenado a los laodicenses. Pues la dinámica de la sociedad del bienestar actúa sobre nosotros como un parque de atracciones, como una feria de las vanidades, como un escaparate, como unos grandes almacenes... repletos de cosas y más cosas, cosas deseaderas por un instante y rompederas de suyo: humo. Así, estimulándonos compulsiva e incesantemente, creándonos necesidades que no son tales, haciéndonos creer que vivimos en la mejor de las épocas y que seguiremos progresando sin término final ¿quién necesita de Dios? Todo está a la mano; al parecer nos hemos enriquecido, y, sin que necesitemos de nada ni de nadie, tampoco -creemos- necesitamos de Dios. En una sociedad así el criterio que todo lo marca es el placer y su inmediata satisfacción. El hedonismo cunde por doquier. Una sociedad así es, en definitiva, algo muy parecido a lo que ha descrito con lujo de detalles el sociólogo Zygmunt Bauman, analista de lo que él ha calificado “sociedad líquida”, cuya dimensión erótica sería el “amor líquido”.
CONCLUSIÓN:
Un disidente o resistente no podrá serlo plenamente en caso de no “convertirse” plenamente a la Santa Fe Católica. Los disidentes o resistentes no creyentes o tibios, supuestamente opositores al sistema capitalista o a la globalización o al Estado Mundial (o como quieran llamar a esta “bestia”), construirán sobre terreno movedizo y su presunta “disidencia” o “resistencia” será un actuar sobre el vacío.

NOTA:
Recomiendo la lectura del libro “Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos”, Ed. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2005. Trad. De Mirta Rosenberg y Jaime Arrambide. Se trata de un profundo ensayo de este autor polaco de origen judío en que aborda la descripción de esa especie degenerada de “amor” que se identifica con “sexo” sin compromiso ni lazos, fuente de tanta frustración entre nuestros contemporáneos.

Someto todos mis comentarios al Apocalipsis a la autoridad de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a la que, por la gracia de Dios, profeso fidelidad filial.»

Maestro Gelimer

(RCS)

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