sábado, agosto 09, 2008

¿Anglicanos? ... ¿Ecumenistas? ... Não, obrigado.

La estupidez enorme, mezcla de pensamiento desiderativo y falta de lógica y coherencia, que acompaña al discurso ecumenista se amplifica en el Cardenal Kasper. Lo del ecumenismo en versión kasperiana suena a eso de que una señora está “un poco embarazada”. Me temo que no. O está embarazada, o no lo está. No hay gradación en ciertos temas. Ni tampoco término medio. No en cuestiones de principios. O uno está con la Fe o no lo está. Las palabras de Kasper, desde luego, no están con la Fe. Ni con la Verdad. Bueno, ¿acaso Kasper alguna vez estuvo con la Fe o con la Verdad?
En el siempre excelente sitio de fatima.org podemos leer este extracto que resume a las mil maravillas (el original completo, cuya autoría corresponde a Christopher Ferrara, está aquí) la vacuidad del ecumenismo, versión Kasper 0.666:

«[T]he Anglican Communion contains significant elements of the Church of Jesus Christ,” said Kasper. Yes, and a junkyard contains “significant elements” of an automobile. But what good are they without the functioning whole? Aside from a valid baptism, which (as the Catholic Church teaches) any heretic can provide, the Anglican Church has no “elements” to offer: no priesthood and no episcopate (as Pope Leo XIII infallibly decreed in Apostolicae Curae [1896]) and thus no valid Mass, and certainly no authentic teaching of the Gospel.»

Dicho esto, y recomendando la lectura completa de dicho artículo, sigo teniendo que esta funesta manía del pueblo inglés de creerse diferentes, y superiores, a los demás les va a matar. Si es que no les ha matado ya. Porque muertos están quienes han apostatado de la Gracia sobrenatural, como los anglicanos, quienes carecen de los canales de la Gracia, que no son otros que los Sacramentos.
La “peculiaridad” inglesa, la maldita splendid isolation –algo sobre lo que llevan batiendo tambores desde que rompieron con Roma-, no tiene más que una razón de ser: mantener la ruptura con la Santa Iglesia Católica. En tiempos medievales no era así. En lo que sólo un pueblo contaminado de Protestantismo hasta la médula pudo denominar Dark Ages, todos teníamos nuestras peculiaridades; pero todos –al mismo tiempo- estábamos unidos en la Cristiandad. Cristiandad que tenía su traducción en el orden temporal en el Sacro Imperio Romano-Germánico, el mismo Imperio que tanto laudara y que tanto admirara y con el que tanto soñara el magnífico Alfred the Great, auténtico epígono de Carlomagno en las Islas Británicas.
De todo esto, y más, han dado buena cuenta Hilaire Belloc en su libro Why did the Reformation happen? y el Padre Miguel Poradowski en su enjundioso opúsculo Sociología del Protestantismo.
Me temo, eso sí, que la resistencia interna de ciertos anglicanos a no ser iguales al resto de los católicos es un vector de primera magnitud en su permanencia en el mal. Ponen sus peculiariedades, las diferencias que todos tenemos, por encima de esa común unión, de esa Comunión, que es la Iglesia Católica. Kasper no habla palabras de Verdad a estos anglicanos, muchos de ellos –en especial los autodenominados anglocatólicos y buena parte de la High Church y de los descendientes del Movimiento de Oxford- bastante proclives al Catolicismo. Y conste, que esto no tiene nada que ver con permitirles quizás ciertas formas en los ritos y en sus rezos, que esto podría ser admitido por Roma, que siempre es generosa en estos temas.
El tema es de mayor gravedad de lo que parece. El retorno de Inglaterra al seno de la Iglesia Católica no es cualquier retorno, porque Inglaterra es parte del epicentro del mal. Me explico: Inglaterra es un puntal básico –desde luego el primigenio-, incluso más aún que los Estados Unidos, del Quinto Imperio, el que allana el camino al Anticristo, que tanto pavor causaba al anglófilo favorito de A Casa de Sarto: el Padre Leonardo Castellani. Cualquier separación o flirteo con algo distinto de Roma ciega las fuentes de la Gracia y “sin Mí no podéis hacer nada”, dijo Nuestro Señor.
La Inglaterra regenerada, aquella que entrevió el Santo Cura de Ars, aquella que anticiparon Newman y Chesterton, esa isla espléndida de Santidad y belleza que anticipaba el santo francés, esa isla en la que volvería a brillar el Monasticismo con más brillo que en ningún otro punto de la Cristiandad –como otrora fuera el caso-, es una Inglaterra romana. Católica y romana. Sin paliativos. Una Inglaterra que no parece corresponder mucho con esa visión forjada a base de componenda, grandes dosis de respeto humano, retazos de verdad, integridad desgarrada, comemierdez, ostpolitik y politiquería de la peor especie que nos propone Kasper.
Una Inglaterra parte consustancial de la Cristiandad, de la que nunca debió separarse. Una Inglaterra católica, romana –muy romana, romanísima- y apostólica. Roma, el Imperio Romano que ha subsistido en la Catolicidad, es el Katechón. Y Britania fue ya parte noble de este Imperio Romano y de esa Roma Eterna. A ellos ha de retornar. Todo lo que Inglaterra haga –de pensamiento, palabra, obra y omisión- por no reconstruir este Katechón, que tan bien y con tantísimo acierto contribuyó a dañar, acabará volviéndose contra ella. Flaco favor le hacen a Inglaterra, Mary’s Dowry, quienes no le invitan a re-unirse a la Cristiandad de una vez por todas. Mejor sería a los ingleses y a los anglicanos sinceros que buscan de verdad a Cristo y a su Esposa Mística no creer a Kasper, nombre sinónimo de lobo con piel de cordero.
Nadie como Chesterton en nuestros tiempos supo comprender la naturaleza católica del alma inglesa, aunque la Reforma y el Imperio Británico la hubiesen pervertido. Y nadie como el privilegiado cerebro del Cardenal Newman supo ver que no había sino Protestantismo quintaesenciado en el Anglicanismo. Su periplo y estudio de lo que los Anglicanos llaman The Divines, sus teólogos fundacionales, por así decirlo, que le llevó no pocos años, le confirmó que la Verdad está únicamente en la Iglesia Católica. Insisto: flaco favor hace Kasper a los Anglicanos de buena fe que sinceramente buscan a Cristo y a su Iglesia.
La única Ekumene universal posible es aquella que tiene por piedra angular la Silla de Pedro. No hay otra: Tu es Petrus.
En cuanto a Kasper bien podría introducirse sus diluciones ecumenistas (o ecomunistas, ¡vaya Vd. a saber!) de la Verdad en la parte final de su cardenalicio tracto digestivo y dejarlas allí para uso personal e intransferible por los siglos de los siglos, hasta que pueda depositarlas finalmente en cierto lago de azufre, donde dichas diluciones corresponden, así como su autor si no se retracta y enmienda. Si así lo hiciera quedaríamos enormemente agradecidos a Su Eminencia. Entretanto, dado su empecinamiento ecumenista de la peor especie, no nos queda opción alguna sino lamentar que su señora madre lo trajera a este mundo.

Rafael Castela Santos

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