sexta-feira, outubro 27, 2006

De las turbias cloacas eclesiales en tiempos de Rampolla y otros menesteres

No se pierdan este fenomenal artículo de Pedro Rizo donde analiza uno de los períodos más turbulentos de la Iglesia, aquel donde los modernistas unen fuerzas con enemigos seculares de la Iglesia, como la Masonería, quienes de mano del Cardenal Rampolla intentaron poner a un Papa “de los suyos”. En aquel momento la jugada fue abortada y el Espíritu Santo la conjuró mandando a Pío X, que después fuera canonizado, y uno de los diques de contención del modernismo más importantes (sino el que más) de la historia.
Aquí se ve que la crisis de la Iglesia no es reciente, aunque haya tenido su punto de culminación y clímax en el Vaticano II al que, vistos los resultados, el calificativo de nefando se le convierte en epíteto.
En el fondo, como bien nos recuerda una y otra vez el Padre Castellani, el misterio de la iniquidad lleva trabajando desde el principio, porque la historia de Satanás contra Dios, y luego de la Sinagoga de Satanás contra la Iglesia de Jesucristo por emplear la terminología de San Juan, ha sido permanente. Pero en los últimos quinientos años ha alcanzado un momentum cuya culminación, mucho nos tememos, es inminente. Digo inminente en el sentido histórico, donde 25 años no es gran cosa, aunque sí lo puedan ser en la vida del ser humano. Cuesta creer dado el estado actual de cosas que algo serio y gravísimo no pase que sirva para purificar la Iglesia y la Cristiandad y, también, para castigar a los malos. Quién sabe si hasta la llegada del Anticristo está próxima, pero todo parece apuntar a ello.
Pero para que los malos sean castigados, primero han de triunfar ellos sobre los Santos y hacerles guerra, como nos recuerda el Apokalypsis. Y el castigo de los malos no irá exento de sangre inocente derramada. Así son los misterios de la Justicia de Dios.
En ese momento de negrura del Juicio de las Naciones y de la soberanía del Anticristo es cuando los católicos debemos recordar una y otra vez, como lo hacía San Juan de la Cruz, que el día empieza a medianoche. Claro que ese día, de la mano de Nuestro Salvador, será un súbito amanecer.
Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!
¡Ven pronto, Señor!

Rafael Castela Santos

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