segunda-feira, junho 05, 2006

“What happens when wives stop obeying husbands”

La teología paulina del Matrimonio es enormemente clara al respecto. No hay más que mirar en ciertos versículos del Apóstol para saber cuál es exactamente la doctrina cristiana al respecto y la fundamentación escriturística de la misma: que el marido y la mujer son una misma carne (Efesios 5, 31), que el marido es cabeza de la mujer (Efesios 5, 23), que el marido debe amar a su esposa como Cristo ama a la Iglesia (Efesios 5, 29) –la Esposa Mística de Nuestro Señor- (no olvidemos, hasta dar la vida por Ella) y que la mujer debe honrar, es decir, obedecer, a su marido (Efesios 5, 22-24). El Código Canónico, tanto el de 1917 como el de 1983, es enormemente claro al respecto. Y como para muestra basta un botón, la Iglesia –por ejemplo- no reconoce otro domicilio familiar que el del marido aun cuando la esposa se haya separado de él (por causa injusta, claro está, pues hay motivos de separación justa contenidos en el Código, como riesgo de pérdida de la Fe para la esposa, abuso físico, alcoholismo contumaz o infidelidad probada, entre otros). No deja de ser relevante que en la Liturgia tradicional del Matrimonio, como por ejemplo el Rito Toledano (del rito hispanorromano o hispanovisigótico, frecuentemente llamado mozárabe) se insista en este aspecto:

“Vos, esposa, habéis de estar sujeta a vuestro marido en todo ...”
(Exhortación de la Celebración del Santo Matrimonio según el Ritual Toledano)

Como ya han llegado tiempos donde la gente no soporta la sana doctrina, este post enfurecerá a muchos, que ya no aguantan el Evangelio, que se escandalizan de la Sagrada Escritura. Cuando digo “muchos”, evidentemente hablo de ambos sexos, pues el masculino es el genérico en lenguajes indoeuropeos.
Las causas dan lugar a las consecuencias. Todo lo que es de Dios genera felicidad, amor, orden, jerarquía, humildad, obediencia, espíritu de servicio, generosidad, sacrificio, diferenciación, respeto por las esencias, etc. Lo que es infernal de suyo implica infelicidad, odio, desorden, caos, homogeneidad, orgullo, desobediencia, egoísmo, interés propio y espúreo, falta de sacrificio, destrucción de lo que es ... Así pues las causas de la falta de respeto a la Ley de Dios y a la Ley natural en el terreno matrimonial se traducen en consecuencias bien explicadas en este artículo de idéntico título a nuestro post.
Artículo, por otro lado, que tiene poco desperdicio. Escrito desde una perspectiva sociológica viene a demostrar “a la contra” las consecuencias nefastas de cercenar la autoridad del marido. El Dr. Daniel Amneus, autor del mismo, nos recuerda que es precisamente esta falta de autoridad paterna la que permite el caldo ideal de cultivo de los futuros delincuentes: nada menos que el 75 % de los criminales vienen de familias sin padre. Y se queja, lógicamente, del coste social y económico de tales familias.
Amneus no utiliza una perspectiva católica, ni siquiera teológica. Es un análisis inductivo, pleno de sentido común. Es un ataque demoledor contra los efectos del divorcio y de un feminismo que ha cercenado prácticamente todos los derechos de paternidad, empezando por la autoridad que la Ley Natural y la Ley Divina le confieren sobre la familia.
Plinio Corrêa de Oliveira hablaba de cuatro etapas de la Revolución, que muy agudamente él veía como un continuum con momentos álgidos. La primera, el Renacimiento, viró de lo teocéntrico a lo antropocéntrico. La segunda, el Protestantismo, agostó la Gracia e hizo a Dios inalcanzable. Después vino una tercera, la Revolución Francesa, que subvirtió los restos de orden social católico que quedaban en la esfera sociopolítica, ya martilleados por el absolutismo y las consecuencias filosófico-políticas de la Reforma protestante. La cuarta fue y continua siendo ese error “intrínsecamente perverso” del comunismo –por parafrasear a las declaraciones de la Santa Sede- cuyos ribetes padecimos y seguimos padeciendo. Respectivamente estas cuatro etapas son (primordial, pero no únicamente) cultural, religiosa, política y económica. Sigo en la enumeración más a Vintila Horia que a Corrêa de Oliveira, quien habla de cuatro revoluciones (la primera, para el ilustre brasileño, sería el humanismo y el protestantismo sumados). En todo caso la idea de fondo es idéntica.
Ya anticipaba el Profesor Corrêa de Oliveira la quinta revolución, que él calificaba de nihilista. Esa revolución tiene tres parámetros nucleares en la esfera más íntima, aunque no únicos: el nihilismo, el pansexualismo y el feminismo. Con esos ingredientes la quinta revolución –posiblemente la última antes del Anticristo- llega ya a la esfera de la intimidad personal y familiar. Añadía Corrêa de Oliveira el tribalismo, la praeternaturalidad, el estructuralismo, el pentecostalismo y la desmonarquización como ingredientes esenciales de esa quinta revolución. La complejidad de cada tramo revolucionario es creciente:

“Com efeito, é próprio aos processos de decadência complicar tudo, quase ao infinito. E por isso cada etapa de Revolução é mais complicada que a anterior …”
(Revolução e Contra-Revolução, Plinio Corrêa de Oliveira).

La resultante final de la quinta revolución, la aspiración de sus secuaces, es crear así una tabula rasa sobre la que edificar un orden, o contraorden por bien decir, luciférico. He ahí la gravedad del socavamiento de la autoridad del marido, puntal fundamental de esta quinta revolución pues deshace la jerarquía, el orden y la justicia inherente a la familia.
Quizás así se entienda la aseveración del Padre Malachi Martin, que fuera exorcista de la Diócesis de Nueva York: “el feminismo es una forma de pecado contra el Espíritu Santo”. Ciertamente no iba descaminado.

Rafael Castela Santos

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