terça-feira, abril 19, 2005

Sobre el Cónclave y Santo Tomás Cantuariense

Sólo puedo añadir ¡Amén! a lo que JSarto publica en su entrada anterior sobre lo que debiera decir un auténtico Papa fiel a la doctrina, como el supuesto Leo XIV que de la mano de Thomas Drolesky nos trae.
En realidad, sin haberme prodigado mucho en leer todas las tendencias representadas por los Cardenales en el actual Cónclave, concluyo que no hay ningún Cardenal que pueda considerarse de orientación tradicional, al modo por ejemplo de lo que fueron un Otavianni o un Siri en el pasado, por citar un ejemplo. ¿Quiere decir esto que la Tradición, la verdadera continuidad de la Iglesia sin mancha, tiene todo perdido? No. “Hasta el rabo todo es toro”, dice el popular dicho español y “mientras hay vida hay esperanza”. No olvidemos el factor de la conversión, que es algo crucial y muy ligado a la vida de los católicos.
Santo Tomás Cantuariense, llamado también de Canterbury o Becket, es un Santo que me atrae muchísimo. Admirador de la Inglaterra medieval que soy, con todos sus claroscuros, Santo Tomás Cantuariense no llevó la vida tan edulcorada que presenta la Catholic Encyclopaedia. No voy a entrar si en sus tiempos jóvenes fue lo que hoy llamaríamos un “playboy” o su pureza está fuera de toda duda, pues distintas fuentes aseveran diferentes hechos. El caso es que por su biografía o su educación ciertamente fue mundano y ambicioso de los honores humanos.
Azares del destino, en realidad golpes de timón de la Providencia, Tomás a Becket fue consagrado Obispo y a partir de este momento él sintió una profundísima llamada de Dios y de su Iglesia. Santo Tomás Cantuariense se dio cuenta de que bajo él quedaban almas que había que salvar por encima de todo, y que la interferencia de Enrique II de Inglaterra sobre la Iglesia Católica era totalmente inapropiada. Su heroica muerte selló su vida.
Existen muchos Cardenales cuya virtud de la pureza también está fuera de toda duda, pero que son ambiciosos de honores y mundanos: quieren avenirse con el mundo y conciliar lo irreconciliable, las enseñanzas de Jesucristo –verdadero Dios y verdadero Hombre- con la Revolución. Parecen gozarse, como Ratzinger, en decir que el Vaticano II es la Revolución Francesa de la Iglesia. ¿Quién nos dice que no pueda pasar que uno de estos Cardenales, el que sea elegido Papa, pueda convertirse al darse cuenta de la altísima dignidad y responsabilidad que el Papado impone?
Juan Pablo II, el Papa que promovió hasta extremos inenarrables el ecumenismo irenista, el que machacó la Tradición ahogándola, el que tuvo aciertos formidables en sus opiniones sobre el aborto, sobre la contracepción y otras materias (eso sí, las más fundadas sobre una pobre Teología antropocéntrica basada en la dignidad del hombre) y cuyo único documento dogmático en 26 años de Pontificado fue en contra de la Ordenación Sacerdotal de las mujeres, queda atrás. Pero sus errores todavía están con nosotros. Pablo VI dijo que “el humo de Satanás [había] entrado dentro de la Iglesia”. El Padre Malachi Martin señaló que el Vaticano II comenzó con una Misa Negra y nadie se atrevió a contradecirle.
Entremedias de esos dos Papas, Pablo VI y Juan Pablo II, hubo uno, Juan Pablo I, que sintió lo mismo. Pagó con el martirio. Su Santidad Juan Pablo I había sido un liberal de tomo y lomo en la diócesis de Venecia, pero en aquellas épocas de los Calvi y los Marcinkus, de los Villot y Sidona y quién sabe qué más traidores a Cristo, quiso alzarse. Es más que posible que pagara con el martirio. Como posiblemente le pasara a un Papa que quisiera volver a la Tradición ahora.
Pero el Papa, Vicario de Cristo en la Tierra, podría de esta manera evitar a lo mejor con su muerte martirial la muerte de millones de seres humanos. Si no pasa nada, agostadas como están las fuentes de gracia al impedirse mediante una liturgia espúrea que la Sangre de Cristo sea derramada en los Altares, será nuestra propia sangre la que será derramada por nuestros pecados.
Santo Tomás Cantuariense, rogad por la Iglesia. Rogad por nosotros.

RCS

0 comentários: