terça-feira, abril 06, 2004

Rafael Gambra y unidad religiosa

Hay una canción española que dice que “cuando un amigo se va, algo se muere en el alma”. La muerte del Profesor Don Rafael Gambra, semanas ha, está todavía reciente pero con él se nos va el último egregio representante de la filosofía política carlista. Hay una larga tradición que abarca desde Juan Vázquez de Mella hasta Víctor Pradera, con sus predecesores, como Ramón Nocedal y otros, y que se continúa hasta nuestros días con Francisco Elías de Tejada, el norteamericano Frederick Wilhelmsen (español y carlista de adopción) y Rafael Gambra. Posiblemente los únicos representantes vivos, de sean Miguel Ayuso –filosofía del Derecho- y el argentino Rubén Calderón Bochuet –Historia del pensamiento-.
El Carlismo es un movimiento político surgido en la España del XIX que es mucho más que una lucha legitimista. Es la lucha de la España católica por sobrevivir al aplastamiento al que la anti-España, la liberal que luego se transformó en comunista durante la II República, la que protagonizó la expropiación de bienes a la Iglesia con la Desamortización y la que asesinaba Sacerdotes y quemaba Templos y Conventos. Pero es, también, un movimiento político, que encarna el catolicismo quizás con más puridad que ningún otro de tiempos recientes.
El Tradicionalismo de los carlistas es religioso, pero también lo es político y cultural. La Santa Religión Católica es vista por los carlistas como algo que tiene que inspirar completamente la vida de un pueblo. De ahí que la vida pública de una nación tenga que cumplir, al menos, con los Diez Mandamientos. La gran ventaja del Carlismo es que, a diferencia de otros movimientos europeos inspirados lejana o próximamente en el catolicismo, el Carlismo conservó la pureza de la Doctrina y de la Fe puras. Para ello tuvo la suerte beber siempre de las aguas cristalinas del tomismo para formular dicha doctrina. Otros autores próximos a este blog, como Charles Maurras, por ejemplo, no deja de estar contaminado por Descartes, autor este último del que prácticamente ningún filósofo francés católico contemporáneo se zafa.
En homenaje a Rafael Gambra, aunque A Casa do Sarto volverá a tomar este tema en un futuro, dejamos constancia aquí de unos textos suyos. Una exposición más sistemática de estas ideas puede encontrarse en el libro del Profesor Gambra Unidad religiosa y derrotismo católico. Sus reflexiones sobre la naturaleza católica de España, perfectamente extensibles a Portugal y la Hispanidad en su conjunto, son dignas de tenerse en cuenta:
“El Carlismo ha defendido siempre la unidad religiosa de España. Más aún: esa unidad es la piedra angular del orden político que el Carlismo propugna. Cuando hace de Dios el primero de sus lemas no significa simplemente que cree en la existencia de Dios en el Cielo o que propone la religiosidad como norma de vida de sus adeptos. El trilema carlista [Dios, Patria, Rey] no es un programa de vida personal, sino el ideario de un sistema político. La unidad católica, por lo demás, aunque a veces de forma incongruente con el régimen político, ha estado vigente en España desde tiempos de Recaredo, en el siglo VI, hasta la actual Constitución de 1978, con la sola excepción de los cinco años de la segunda República.”
“¿Qué es la unidad religiosa? Para mejor entendernos, digamos ante todo qué no es la unidad religiosa. No es, contra lo que muchos creen, coacción ni intolerancia. La fe no puede imponerse a nadie, ni moral ni siquiera físicamente, puesto que es una virtud infusa que Dios concede y que incide en lo más íntimo de cada alma. Tampoco debe ejercerse coacción alguna sobre el culto privado de otras religiones, ni sobre su práctica en locales o templos reservados, con tal de que no se exteriorice ni se propague públicamente … ”
“¿Qué significa entonces la unidad religiosa que el Carlismo propugna como primero de sus lemas? Simplemente, que la legislación de un país debe estar inspirada por la fe que se profesa –la católica en nuestro caso– y que no puede contradecirla; que las costumbres, en cuanto son influidas por la ley y la política del gobernante, debe procurarse que permanezcan católicas. Que la religión, en fin, debe ser objeto de protección por parte de la autoridad civil. Dicho de otro modo: que no se pueden dictar ni proponer leyes que contradigan a la moral católica –ante todo el Decálogo–, ni que atenten a los derechos y funciones de la Iglesia. Este fundamento religioso (religión es religación con un orden sobrenatural) es radicalmente opuesto al principio constitucional moderno, según el cual el poder procede del hombre, de su voluntad mayoritaria, y nada tiene que ver con Dios ni con el Decálogo, que sólo concierne a la vida privada de quienes profesan esa religión. Recordemos que el origen de nuestras guerras civiles –que siempre tuvieron un trasfondo religioso– los dos gritos que se oponían entre sí eran ¡Viva la Religión! y ¡Viva la Constitución!”
“Se objetará, sin embargo, que la Declaración Conciliar Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II ha propugnado la libertad religiosa y el consiguiente laicismo de Estado. ¿Qué hemos de pensar de esto los carlistas? A mi juicio, lo siguiente:
1.º.- El Concilio Vaticano II no es un concilio dogmático sino sólo pastoral, por propia declaración: por lo mismo, exento de infalibilidad.
2.º.- La libertad religiosa en el fuero externo al individuo contradice la enseñanza de todos los papas anteriores (uno de ellos santo) desde la época de la Revolución Francesa, y particularmente a la encíclica Quanta Cura de Pío IX que reviste las condiciones de la infalibilidad.
3.º.- La Declaración Conciliar se contradice a sí misma, puesto que afirma al mismo tiempo que deja intacta la doctrina anterior.
4.º.- Los amargos frutos de esa Declaración son bien patentes en la Iglesia y en la sociedad.”
Descanse en paz este baluarte del Tradicionalismo.
Y que su antorcha no deje de alumbrar para los que continuamos la lucha por los espíritus y los corazones en la esperanza de que sea un día el Inmaculado Corazón de María, quizás más presente en Fátima que en ningún otro sitio, el que vuelva a inspirar la vida pública de naciones como Portugal y España, una vez más, en clave católica.

Rafael Castela Santos


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