terça-feira, abril 06, 2004

La mutilación constitucional de Europa

O meu amigo Rafael Castela Santos faz-me chegar, em boa hora, um magnífico artigo do jornalista de "La Voz de Galicia", Juan José R. Calaza. Contém uma referência que agradará particularmente a este outro amigo, o Pedro Guedes. Aqui fica o texto em questão:

"QUIEN QUIERA entender las contribuciones decisivas de Europa a la historia de la humanidad, incluidos los torrentes de desbordada furia, no podrá evitar adentrarse en los meandros de la espiritualidad cristiana. Es asimismo cierto que el hierro, la esperma, el fuego y la sangre no constituyen un modus operandi adscrito exclusivamente al cristianismo, y con mayor profusión se encuentra aun en los frutos de la Ilustración. Pero resulta que aherrojados a la vulgata progresista, como fantasmas de castillo escocés a cadenas de numerito para turistas, nuestros «ilustrados» en manguitos, trece en la docena y «Larousse» a plazos, vuelven a exhibir su abisal ignorancia, esta vez invocando la modernidad laicista. Sin menoscabo, por otra parte, de religiosa delectación cual arrobados pastorcillos en trance ante el chauvinismo perpetrado por Giscard d'Estaing en el preámbulo de lo que pretende ser la Constitución de todos los europeos. Ahora bien, de llevarse a buen término este proyecto, una grave mutilación desnaturalizará definitivamente la carta fundacional de Europa al omitirse la referencia al sustrato cultural cristiano, sobrevalorando el papel de la Ilustración.

Aunque el tema puede enfocarse desde varios ángulos, la contignación discursiva más sencilla se apoya en dos vigas maestras, sólidas y claramente identificables. Por un lado, la identidad europea no se inscribe ni única ni específicamente en contornos geográficos o políticos; por otro, Europa es heredera natural y vector de transmisión privilegiado de la civilización mediterránea clásica. Es además innecesario inquirir en la génesis del decurso cultural europeo para percibir lógicamente que el arrumbamiento del cristianismo constituye una flagrante sinrazón. Veamos. Supongamos que el ateísmo militante, hoy día aburridamente conservador y funcionarial, quisiera imponer explícitamente en el preámbulo que, por ejemplo, «Europa no tiene raíces cristianas». Sería aberrante, ¿no creen ustedes? Pero ¿por qué resultaría aberrante la redacción de esa exigencia? Pues porque todo el mundo entiende que sí las tiene. Luego, si las tiene, hay que mencionarlas.

El reconocimiento de esa demarcación -en un totum revolutum como el europeo, cuyas carencias se manifiestan hasta en la ausencia de una lengua común- resulta ineludible, sabedores de que los planteamientos demasiado generales devienen en la práctica poco operativos. No pueden descartarse futuras evoluciones de la idea de Europa pero no deberían sostenerse en elementos de mera proximidad geográfica: Argentina es más europea que Turquía. Tampoco tiene pies ni cabeza que, verbigracia, la Martinica vudú sea europea y no lo sea el cristiano Uruguay.

Todos sabemos que la contribución fundamental del «Mediterráneo» a la historia de «Occidente» se hizo a partir de: a) el profeta hebreo; b) el sabio (o filósofo) heleno; c) el legislador romano. Sin embargo, no fue la Ilustración el vector por antonomasia de fluidez intertemporal ni asentamiento de ese pasado glorioso sino la Cristiandad. Occidente no es más que la forma moderna -a partir del siglo XV- de la Europa cristiana. En la que irían aflorando sus propias tensiones internas no tanto como una lucha entre Ilustración progresista y Cristiandad reaccionaria sino entre la voluntad de victoria del protestantismo (que es la religión de los triunfadores) y el imperativo de resistencia del catolicismo (que es la religión de los héroes). No son las pedanterías de la Ilustración lo que permite entender por qué el nazismo ganó las elecciones en los lander protestantes y las perdió en los lander católicos sino las interacciones propias al espíritu del cristianismo.

Por supuesto que Europa no es sólo judeocristianismo pero tampoco es sólo Ilustración: lo que pretende Giscard d'Estaing es, pura y simplemente, una estafa intelectual. A la que coadyuvan nuestros arrebolados «ilustrados» en manguitos, trece en la docena y «Larousse» a plazos".

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